LA RANCIA POLÍTICA Y LOS LOBBIES: MATRIMONIO DE CONVENIENCIA Y AMOR ETERNO

By María García Baranda - mayo 04, 2017


     Políticas sociales. Es de suponer que, hasta donde puede llegar el sentido común de cualquiera, son o deberían ser el centro neurálgico de un sistema organizativo local, regional, nacional o mundial. La política no es otra cosa que el modo y el conjunto de medidas por las cuales se organiza y gestiona una sociedad. Por ello, el ámbito social ha de tener a su servicio al resto de las áreas de gestión: política económica y financiera, internacional, militar,… Por esa razón, escuchar afirmaciones como las de un ministro de economía -el nuestro- afirmando que la aguda crisis económica que ha azotado y azota a España a lo largo de esta última década se debe a un dispendio excesivo en política social resulta de todo grado obsceno, sucio, carente de moral y vergonzante. Si en efecto un gobierno determinado en una legislatura concreta llevase a cabo la puesta en práctica de medidas populistas e innecesarias que supusiesen la ruina de las arcas del Estado, el análisis y la crítica estarían más que justificadas. Pero lanzar al aire una afirmación tal en los tiempos que corren y con la tormenta de granizo que está cayendo me provoca una absoluta repugnancia. Y no ya por volcar afirmaciones que no se sostienen, sino por la estafa y el engaño que supone para un pueblo que no siempre tiene el acceso a las explicaciones adecuadas para su correcto entendimiento.

      El pueblo no es en absoluto tonto. Hasta los ciudadanos más humildes y con menos oportunidades profesionales y culturales perciben si algo no va bien y notan cómo les duele un pie cuando los pisan. Pero la ocultación y tergiversación de las cosas a fin de mantener el sillón caliente no es únicamente un acto poco ético. Es sucio. Es una estafa al cliente, que es el pueblo para el que el gobierno trabaja, por cierto. Así que el pueblo no es tonto, pero en ocasiones puede ignorar qué se esconde detrás de cada decisión tomada. A estas alturas podría detenerme en el tema de la crisis económica, de sus causas y de su desarrollo, pero no ese el asunto que pretendo abordar hoy. Tan solo presentaré un recordatorio: fue y es mundial, su raíz no estriba en políticas sociales, ni en gobiernos de signos equis o íes. La mecha de su estallido fue delicadamente preparada en el área de la especulación del suelo y las grandes empresas mundiales que circundan a ese negocio. Una guerra a la antigua, una crisis a la antigua, pero con tintes modernizados: territorios y terrenos, suelo, usos y precios del suelo, empresas energéticas, empresas y planes de construcción, negocios internacionales, etcétera, etcétera. Todo un conglomerado que lleva siglos en funcionamiento, y ahora,… en esta era ya tocaba. Así que no, las medidas sociales no son verdugos sino víctimas de todo tipo de recortes y hachazos que merman y exterminan las bases de una sociedad sana e igualitaria. 

     ¿Crisis preparada? En efecto, las crisis son picos en los cambios de ciclos económicos. Las mayores fortunas del mundo y los negocios más rentables se han llevado a cabo a lo largo de la historia en los momentos más convulsos y crueles: fortísimas crisis económicas y guerras. El pueblo, diezmado, necesitado, hambriento, es despojado de cualquier mínimo poder y capacidad de protesta. Es el momento de que las minorías de poder se muevan a sus anchas. Pero aún hay algo mucho más relevante. Para poder financiar operaciones de lucro para unos pocos es preciso llevar a cabo dos acciones fundamentales: la primera consiste en conseguir capital y este ha de salir de algún sitio, que no es otro que los bolsillos del ciudadano medio; la segunda es unir fuerzas entre iguales y para ello formar lo que conocemos como grupo de presión o lobby.

     Cada vez que abrimos un periódico y leemos eso de que los “expertos recomiendan…” estamos topándonos con un lobby. ¿Quiénes son esos expertos? Escuchamos términos como “asesores políticos”, “asesores financieros”, “asesores empresariales”. Señores míos, es un precioso eufemismo para designar a aquellos individuos que al servicio de las grandes empresas se encargan de presionar a las clases dirigentes. Saben dónde está el dinero, cómo sacar más rendimiento y cómo conservarlo, y con ello acuden a aconsejar a los gobiernos qué medidas tomar y cuáles evitar a todo trapo. Siempre ofreciendo una contraprestación. Con siglos de historia y el apelativo impuesto desde el siglo XVIII, un lobby es un frente común con la idea del “hoy por ti y mañana por mí”. Emplean ese principio entre ellos mismos, se apoyan y defiende sus respectivos intereses. Y asimismo emplean ese principio con la clase política. Saben que un gobierno que no se doblegue a sus intereses es un enemigo potentísimo, porque supondría una guerra abierta entre el pueblo, con su mayoría en número de individuos y su cualidad imprescindible de clientes pagadores, y las grandes empresas. El negocio se iría a pique. 

       Las gestiones políticas abusivas y los casos de corrupción reposan sobre la existencia de este tipo de sistema. Frenar la corrupción de un partido en un momento determinado, acusar a un político de un mal gobierno, protestar de las pensiones vitalicias, de los contratos en las grandes empresas privadas tras su retirada de la vida política, patalear ante los abusos de las energéticas,… es esencial, pero es ir pisando hormiga a hormiga. Y debemos darnos cuenta de algo y es que es el hormiguero el que hay que quemar. Donde hubo habrá otros y la situación será recurrente. Es el sistema el que hay que minar desde los cimientos y con ello dejará de tener cabida la figura de un político corrupto o una transacción perjudicial para el pueblo.

     ¿Se puede hacer política de otra manera? Naturalmente que se puede. Pero es preciso explicárselo a los ciudadanos. Existe una tendencia natural en el ser humano que consiste en dudar de lo desconocido. Estoy convencida de que si salgo a preguntar a la calle muchos me contestarían que las cosas siempre han sido así y que nada va a cambiar nunca. La expresión lleva comprensiblemente razón, pero no en el sentido entendido. El problema no es el gigantesco poder de quienes fortalecen y protegen el sistema. El problema es que la mayoría ni se imagina que existen otras opciones. Efectivamente, como siempre ha sido así se da por hecho que ha de seguir siéndolo. Menos escandaloso, más oculto, menos sangrante,… pero así. Porque si no, ¿por qué no se hizo antes? Inexistente. Pues me permito hoy decir que basta con reformular absolutamente todas las bases. Es preciso eliminar la dictadura de los lobbies. Bailarle el agua a una eléctrica, por ejemplo, que sube al ciudadano el precio de la tarifa de la luz un 30% de una sola tacada no es de recibo, por más que nos la claven en el ídem. ¿Cómo impedirlo? Con una legislación que ponga límites a esa libre actividad que pretenden las grandes empresas. ¿Quiénes crearían esa nueva legislación? Los miembros del Parlamento elegidos libremente en las urnas por nosotros, los ciudadanos. ¿Acertaríamos? Evidentemente sabemos ya de sobra quiénes, qué grupos, qué tendencias y qué nombres protegen con su vida esa forma de hacer política. E igualmente sabemos que esa forma no es precisamente la del gobierno para el pueblo, sino para unos pocos. Es un sistema basado en las sociedades antiguas, en el feudalismo, en el Antiguo Régimen,...  ¿No se les frenaría? Lo intentarían, por supuesto, para lo que necesitarían dos herramientas: todo el apoyo coiudadano posible y, una vez recibido, bloquear la puerta a más de lo mismo que hemos vivido siempre, mediante el cambio de la ley electoral. Esa que los partidos tradicionales no quieren cambiar ni a tiros, natutalmente.  Efectivamente existe un modo. Tan solo hay que creerlo y no tener miedo. Al contrario.

    Evolucionar como sociedad supone perder precisamente ese miedo a lo que no es como siempre fue, y no creernos tan insignificantes. Goliat también fue vencido. Y somos más, muchos más. Y ¡ojo!, la fuerza de capital con la que ellos juegan a sus inversiones y pagos fraudulentos es la nuestra. Así que son ellos los que deberían tenernos miedo a nosotros y a que les cerremos el grifo. Y lo tienen. Y si no, preguntaos por qué montan tanto estruendo, por qué dan la callada por respuesta cuando tienen la obligación de dar explicaciones, y por qué siempre intentan que miremos para otro lado. Es cosa nuestra y está fundamental y esencialmente en nuestras manos. Asumir que nos están dando candela es irresponsable y una manera de ahorcarnos a nosotros mismos. Protestar en casa, en el bar, en la tienda, en una tertulia de amigos de poco sirve. Hasta que no elijamos combatir censurando y votando estaremos consintiendo esa patada en el culo que tanto duele.



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